lunes, 22 de febrero de 2010

Cuando Chile tenía boxeo...


Para el miércoles se había anunciado el remate del Teatro Monumental, pero fue aplazado por Colo Colo a fin de obtener algún día un precio real por el inmueble que constituye una página no sólo de la calle San Diego -popular, típica y bohemia- , sino de la ciudad misma. Hablamos, obviamente, del ex Caupolicán, cuya historia constituye fuente inagotable de recuerdos nostálgicos y evocaciones valederas. La postura mínima era de 800 millones de pesos. Y sus dueños, con toda razón, estiman que vale más, mucho más.
Hubiese sido penoso sellar su destino en septiembre, el mes de los circos, de las fiestas patrias y esas tradiciones que felizmente perduran en el espíritu cívico y en el fervor ciudadano. Incluso la lluvia que asoma invariablemente en la víspera dieciochera parece llorar por nuestros héroes.

El boxeo, primer actor

No hace mucho, al hablar del básquetbol femenino hundimos la tecla en aquel título del 46, que significó la primera diadema en la sucesión de coronas alcanzadas por esa expresión física en los tableros del continente. Pero no hay duda de que un recuento, por somero que sea, del ancho libro escrito bajo el techo del querido recinto, coloca al boxeo en lugar preferente y mayoritario en el archivo del pasado.
El primer combate internacional fue organizado por don Juan H. Livingstone, padre de Sergio y Mario - este último, ya fallecido- , que era, entre otras cosas, periodista, promotor y hombre de muchas iniciativas.
Se midieron el cubano René Sánchez y Antonio Fernández, que brindó una clase magistral ante la impotencia del caribeño por superar la esgrima fácil y el esquive natural de quien más tarde sería bautizado como el "Eximio". Y Fernandito fue eso. Un eximio no igualado en el arte de la defensa propia.
Hace justamente una semana, Patricio Rojas - gentil colega de vasta convivencia- ofreció una crónica espléndida a raíz de la noticia que nos preocupa. El título resumía sus inquietudes y vivencias: "La historia del boxeo, la música y la política chilena".
Su apunte artístico no pudo ser más feliz y documentado. En ese escenario Violeta Parra dio gracias a la vida... Juan Manuel Serrat estremeció porque se hace camino al andar... Palmenia Pizarro conmovió con su Cariño malo... y Raphael estremeció cuando su cara de niño andaluz dijo "Yo soy aquél...".
¿Acaso la Teletón no tuvo y vivió también episodios importantes en su cruzada solidaria anual?
Sin embargo, la tertulia retorna al boxeo y sus luces. Con títulos de toda índole y noches que identificaron por años jornadas memorables. Sí, las noches de los viernes, cuando empresarios como Simonet y De la Fuente barajaban protagonistas para esas veladas, porque sobraban aspirantes. Igual que ahora... En una palabra, cuando Chile tenía boxeo.

Homenajes, ovaciones y lágrimas

Otro rubro que cobró vivencia en la década del cincuenta y parte del sesenta - que además fueron benignas para la nación- fue el de los homenajes, aprovechando la racha olímpica de Helsinki y Melbourne, cuando Chile obtuvo seis de las nueve preseas que exhibe en la historia del medallero olímpico. La Federación de Boxeo bajo la presidencia de Renato Court condecoraba con una medalla auténtica de oro no sólo a las glorias del pugilismo. Rescato cuatro de esas breves ceremonias que despertaron la réplica inmediata de multitudes encendidas. Arturo Godoy, que jamás subió al cuadrilátero entre las cuerdas, sino saltando sobre ellas. Antonio Fernández, de terno azul, camisa blanca, recién afeitado, a tono con lo que era su estilo boxeril. Godoy, con sus manos juntas. Fernandito brazo en alto. Aplausos interminables. Como los que se prodigó a Oscar Cristi, el oficial de Carabineros que se cuadró con su uniforme en el centro del ring tras obtener dos medallas de plata en equitación. Y qué decir de Marlene Ahrens, la rubia de Melbourne, que hundió el rostro en sus manos para enjugar su llanto.

¿Hitos?

La pelea de "Cloroformo" Valenzuela y el "Flaco" Varas, dos que pegaban con un fierro. Cada golpe certero significaba la caída del rival. Así estuvieron en medio del delirio hasta que se impuso Valenzuela. ¿Cuántas veces fueron a la lona? Interminables. En otra ocasión, el mismo "Cloroformo", que era curicano, perdía irremisiblemente con un peruano de apellido Coronado. Casi abatido, tumefacto, sangrante, llegó al último round por instinto. El buen manejo del rival
- rápido, movedizo, ágil de piernas- impidió que colocara sus zarpazos, y a esa altura el silencio revelaba un deseo. Que el nuestro terminara en pie. Nada más. ¿Qué ocurrió en ese asalto final? ¿Un milagro? ¿El destino del noqueador? De pronto sacó un derechazo fulminante - eso que llaman manotazo de ahogado- y el peruanito se desplomó. Quedó por largos minutos como si lo hubiesen crucificado. Parte del público subió a levantar en hombros al autor de la proeza, mientras los carabineros protegían al púgil de color para no ser pisoteado. Ese contraste fue sencillamente patético.
Epoca de esplendor con trilogías en diversas categorías. Fernandito Carabantes y el bravo Simón Guerra. Los Loayza. Más tarde Mario Salinas, Oscar Francino y Ulloa. Hubo también un peso mediano llamado Carlos Rendich, que noqueó al argentino Pedro Cobas en faena para rabo y oreja. Lo tenía todo. Físico, estampa, bravura y pegada. ¿Qué pasó con él? Se perdió en el esbozo. Y terminó sus días en un confuso incidente por los recodos de Diez de Julio.
¿Y la noche que Raúl Astorga obtuvo el cetro continental de los gallos? No tenía pegada, pero exhibía riqueza técnica, precisión, distancia. El árbitro detuvo la lucha con el paraguayo "Kid Pascualito" y su madre subió al rincón para abrazarlo. Ni telenovela ni drama. Noche de triunfo clamoroso. Punto.
Godfrey Stevens, disciplinado, constante, un púgil de laboratorio, y Martín Vargas fueron los últimos ídolos. Dos valores para un tema aparte. Por ahora, el ex Caupolicán no se remata.


Julio Martinez P.

27 de septiembre de 2002

La Segunda


miércoles, 16 de septiembre de 2009

El boxeo o el noble arte de dar y recibir golpes

El extemporáneo regreso de Martín Vargas puso, con un rasgo de patetismo, al boxeo otra vez en la memoria de los chilenos. Sin embargo, como deporte milenario, el pugilismo se practicó en las grandes civilizaciones de la humanidad. Si bien decayó en la Edad Media, resurgió en la Inglaterra del siglo XVIII, desde donde se expandió como actividad y espectáculo público al resto del mundo. En todo este trayecto ha sido, misteriosamente, fuente de inspiración para numerosos escritores y artistas. La decadencia y casi extinción del boxeo en Chile es un hecho. Atrás quedaron los tiempos dorados, donde hombres de esfuerzo y valentía enorgullecían con sus mejores golpes a una patria entera. Artes y Letras conversó con siete entendidos, que explicaron los porqués del mal momento del pugilismo nacional.

Que el boxeo maldice a sus beneficiarios es algo discutible. John Sholto Douglas, octavo Marqués de Queensberry, que heredó el título en 1858 y murió en 1900, es considerado "uno de los inmortales del deporte del boxeo".
Pero no fue su afición a este deporte lo que lo llevó a la locura. Tenía en sus venas "la maldita sangre de los Douglas" escoceses. Además, su alma enfrascaba un odio desatado hacia el hombre que había seducido a su hijo:
Oscar Wilde. El marqués murió presa de insanía mental imprecando contra su familia. Murió con la lengua tensa de odiosidad. Años antes había concurrido a la puesta en escena de una de las obras de Wilde, acompañado de matones aficionados al boxing, cargando una cesta de frutas semipodridas para arrojarlas al escenario. Fue expulsado. Y su rencor se acrecentó. Sólo descansaría hasta destruir a Wilde. Inició las más despiadadas persecucionesy, paradójicamente murió el mismo año que su perseguido.
La celebridad del Marqués de Queensberry en el buen sentido de la palabra no se debió a los hechos lamentables anteriormente descritos. En 1867 apareció el código que lleva su nombre y que reglamenta, hasta hoy en día, la práctica de combates de aficionados y profesionales del boxeo. Pero para ser justos, hay que decir que su "inmortalidad" en los anales del boxeo es meramente nominal. El marqués era ferviente entusiasta del pugilismo, pero las reglas que apadrinó no salieron de su puño y letra. Las reglas fueron redactadas por John Graham Chambers, miembro del Amateur Athletic Club, quien, de acuerdo a las costumbres de la época victoriana, recurrió a un personaje distinguido para que las patrocinase y les diera su nombre. Al marqués, la buena fama que ganó para la posteridad sólo le costó un cortés asentimiento ante la propuesta de Graham.
La importancia de las denominadas reglas del Marqués de Queensberry fue enorme, pues éstas conformaron lo que hoy en día entendemos por boxeo. La transformación de las anteriores London Prize Ring Rules implicó avanzar hacia un pugilato científico, menos brutal. La lucha fue eliminada; se exigieron guantes para pelear, quedando obsoletas las peleas de los bare-knuckles (sin guantes) o de los skintight mufflers (guantes de cuero sin protección que se usaban ocasionalmente en los combates profesionales de bare knuckles). Además, se dio a los asaltos una duración de tres minutos, en vez de que el combate terminara con el abandono o knock out de uno de los púgiles. Y el período de descanso entre cada asalto aumentó de treinta segundos a un minuto.

Un deporte milenario

Es natural que los hombres y las mujeres desde sus primeros momentos de bípedos hayan utilizado sus puños para saldar rivalidades y defenderse. Pero fue más tarde, cuando se alcanzó un nivel de desarrollo mayor, que organizó al hombre en sociedades, permitiéndole una mayor seguridad física y económica que a su vez dio lugar al ocio, madre de todos los deportes, que el boxeo hizo su irrupción en las sociedades antiguas.
Ya en el 1.500 a.C, en Knossos, se conocía una forma rudimentaria de boxeo.
Los poemas de Homero también contienen referencias a este deporte, que fue practicado en Atenas y otras ciudades griegas, y que estaba incluido en los antiguos Juegos Olímpicos. Pero estos primeros pugilistas griegos no gozaron de ninguna consideración. Eran aficionados, amateurs. Tuvieron que incrementarse la riqueza y el lujo social para que estos amantes del combate a puños fuesen alquilados para dar espectáculo a ricos y poderosos. También era frecuente que los esclavos recibieran entrenamiento especial.
Los boxeadores griegos se cubrían los puños y parte de los brazos con bandas de cuero. No es temerario suponer que estos luchadores eran patrimonio personal de sus dueños, que los utilizaban a su libre antojo. Nat Fleischer en su obra "Los Colosos del Boxeo" fundamenta lo anterior: "Un magnífico bronce griego que se halla en el Museo delle Terme en Roma representa a uno de estos boxeadores, sentado y preparado para comenzar un combate. La figura tiene un par de argollas en las orejas, que indican la condición social del modelo".
Roma degeneró en gran medida el sentido último de este deporte. La decadencia de los reinados de Calígula, Claudio y Nerón hizo que el boxeo entrara en una nueva etapa de su desarrollo. Los boxeadores usaban el cestus para cubrir su puños. Si antes hubo sangramiento esporádico en los asaltos, ahora el líquido corría a raudales. Los cestus eran unos guantes largos, revestidos de botones puntiagudos de hierro o bronce. Los púgiles, que al igual que los gladiadores y otros protagonistas de los espectáculos circenses eran esclavos, no tenían derecho a elección alguna. O combatían para matar o eran muertos sin combatir. La lucha era pie contra pie, "hasta que convertidos en una pulpa sangrienta por los terribles guantes erizados de púas, caían muertos sobre la arena". Así, se dio el caso que un campeón cargó con la muerte de más de trescientos adversarios, pues los frenéticos espectadores no aceptaban sino al menos una muerte por combate.
El desmoronamiento del Imperio y el auge del cristianismo pusieron fin natural a esta perversa desviación.Por miles de años el boxeo desapareció como deporte o espectáculo público. Según Fleischer "no hay datos históricos que lo evidencien, pero probablemente la lucha estuvo durante mucho tiempo circunscrita al bajo nivel social". Lo que nadie duda es que los puños se mantuvieron en alto siempre que una situación, relevante o no, lo ameritara.

El renacimiento del boxeo en Inglaterra

Una de las muchas consecuencias de la aparición de las ciudades modernas fue que el boxeo volvió a constituirse en un deporte respetable y digno de entretenimiento público. Londres fue el lugar en donde el renacer del pugilismo se asentó en la modernidad. A principios del siglo XVIII el deporte ya era popular en la capital y otras ciudades inglesas. Tanto así, que en 1719 James Figg fue reconocido como campeón de Inglaterra. La práctica era desorganizada y poco estética. Los contendores no llevaban guantes y se cogían mutuamente para derribarse, por lo que las caídas minoritariamente eran causadas por un buen golpe de puños.
Estos combates no sobrepasaron la indigna categoría callejera de riñas o trifulcas, por lo que los espectadores reclamaron un mayor orden en pos de un resultado más estético. En 1743 Jack Broughton, campeón durante dieciséis años, redactó un reglamento que contentó a púgiles y espectadores.
Correspondió a Inglaterra producir los más notables boxeadores del siglo XVIII. Allí también concurrían los extranjeros que desearan demostrar sus habilidades pugilísticas. Los irlandeses, entusiastas de cualquier deporte que implicara lucha, fueron los primeros en llegar. Luego un norteamericano apareció en un ring británico. Fue premonitorio de las futuras glorias del siglo XX, pues era negro. Había obtenido su libertad al vencer a otro negro.
Irrumpían en el boxeo los hombres de color, que tantos triunfos darían a Norteamérica y Cuba en este deporte. William Faulkner en su "Absalón, Absalón" da algunas pistas sobre la manera negra de combatir: ...En el establo una oquedad cuadrada hecha de rostros a la luz de la linterna, las caras blancas en tres lados, las caras negras en el cuarto, y en el centro dos de los negros salvajes [de Stupen] peleando, desnudos, no peleando como pelean los blancos, con reglas y armas, sino como los negros pelean, para herirse mucho y rápido el uno al otro. Más tarde, Larry Holmes, ex campeón mundial de los pesos pesados, pronunciaría una dura frase: Es duro ser negro. ¿Has sido negro alguna vez? Yo fui negro una vez... cuando era pobre..
A fines del siglo XVIII el boxeo había caído nuevamente en el desprestigio.Boxeadores mediocres y corrompidos habían sido los causantes. Un nuevo y eximio campeón la única salvación para un boxeo en decadencia apareció en los rings ingleses. Daniel Mendoza era un judío inglés de origen portugués:
"Fue el primer gran general del ring, el científico antecesor de boxeadores como Corbett y Tunney".Quien venció a Mendoza fue John Jackson, "El Caballero", en 1795. Su apodo se debía a que gustaba rodearse de señoritos de sangre azul, aunque su origen no fuese de alta sociedad. Tras pasar seis años alejado del ring, Jackson desafió a Mendoza. Al cabo de 11 minutos, el 15 de abril de 1795, el retador se proclamó campeón de Inglaterra. Se dijo que el "El Caballero" había utilizado una estratagema lejana al fair play, que aunque no era penalizada, enlodó su triunfo: agarró de la melena a Mendoza con una mano, y con la otra, la demoledora, conectó su golpe aturdidor. Este desenlace dividió a la opinión pública. Algunos objetaron el triunfo y otros arguyeron que Mendoza, como el Absalón de la Biblia, había sido derrotado por culpa de sus rizados cabellos.
John Jackson fue célebre también por haberse negado a dar revancha, con lo que de paso se ubicó como el mejor boxeador inglés durante los siguientes 25 años. Su experiencia y tiempo libre los utilizó en fundar una academia que llegó a ser famosa. Entre los distinguidos y empingorotados pupilos se encontraba Lord Byron. Pese a su cojera, Jackson logró hacer de él un buen boxeador. El joven poeta mantuvo correspondencia con su amigo y maestro, y desde Italia le informó que había sido atacado por un tunante, al que había dado una lección "merced a un buen puñetazo inglés en la tripa". Además, en su obra Hints from Horace, Byron rindió un inmortal tributo a Jackson, con este verso: And men unpracticed in exchanging knocks/ Must go to Jackson ere they dare to box. (Y aquellos que no excedan en cambiar puñetazos,/ deben ir a Jackson antes de lanzar un desafío.)
El boxeo con el transcurrir del tiempo sería una inagotable fuente de inspiración literaria para la tradición sajona. Conan Doyle, Mark Twain, Jack London y Ernest Hemingway son algunos de los más brillantes escritores que se ocuparon de él en su arte.

El boxeador de Conan Doyle y la mujer en el boxeo

Lo que diferencia a otros deportes del boxeo es que éste fue enaltecido por las acepciones que de él se apuntaron. "El noble arte de la defensa personal" fue una de las definiciones que más enorgullecieron a cultores y admiradores.
El ejemplar de 1913 de la tradicional enciclopedia victoriana Pears', lo definió así: "Ejercicio y deporte combinado. Cuando se usan los guantes apropiados, es un útil y loable arte, que inculca los principios de la defensa personal y el uso científico de los puñetazos en su justa medida".
Compilador de esta tradición honorífica del boxeo fue el genial escritor inglés Arthur Conan Doyle (1859-1930). Admirador confeso y digno practicante, Conan Doyle retrató en sus Cuentos del Ring un pedazo importante de la historia del boxeo en la Inglaterra de fines del siglo XIX. En "El Amo de Croxley", "El Lord de Falconbridge", "El Descrédito de Lord Barrymore", "El Rey de los Zorros" y "El Matón de Brocas Court", la estilizada pluma del creador de Sherlock Holmes tocó tópicos fundamentales del mundo boxeril.
En primer lugar, el lector advierte que el boxeo fue una actividad que capturó adherentes tanto de las clases sociales bajas como de la misma aristocracia. En el "Amo de Croxley", el cínico y beato Dr. Oldacre dice: Si nosotros no vivimos en el plano más elevado, ¿cómo vamos a esperar que lo hagan estos pobres trabajadores? Es algo que espeluzna el pensar que las gentes de esta parroquia se interesan mucho más por el próximo combate de boxeo que por sus deberes religiosos. El estoico Montgomery, a quien el Dr.Oldacre explotaba como ayudante, próximo a combatir rebate en silencio: Resulta, en efecto, cosa sencillísima "compensar los pecados hacia los que sentimos inclinación, censurando aquellos otros que no nos atraen". Sea como fuere, Montgomery tuvo el convencimiento de que de entre todos cuantos intervienen en uno de esos combates a saber: iniciadores, respaldadores y espectadores, es el auténtico luchador el que ocupa la situación más firme y más honrosa. Nada le reprochó su conciencia acerca de ese punto. El valor y la resistencia son virtudes y no vicios, y en cualquier caso, la brutalidad es preferible al afeminamiento. No es difícil distinguir la voz de Conan Doyle en el párrafo anterior.
Acerca de la importancia del deporte en la clase obrera y en la raza bretona, el siguiente extracto de "El Amo de Croxley" es fundamental : La literatura, el arte, la ciencia, eran cosas que caían más allá de sus horizontes; pero, en cambio, las carreras de caballos, el partido de fútbol, el cricket, el boxeo, eran cosas que estaban al alcance de su comprensión y acerca de las cuales podrían urdir hipótesis antes que tuviesen lugar y que les daban tema para comentarios una vez que se habían celebrado. El amor al deporte, aunque a veces sea brutal y a veces tenga caracteres grotescos, sigue siendo siempre uno de los grandes elementos que contribuyen a la felicidad de nuestro pueblo. Ese amor está tan enraizado en los más profundos resortes de nuestro carácter, y si la educación acaba con él algún día, quizá quede un carácter más elevado, más refinado, pero no estará ya de acuerdo con el tipo robusto del británico, que tan profunda huella ha marcado en el mundo. Todos aquellos trabajadores de color terroso, que caminaban pesadamente, seguidos de sus perros, con el propósito de ver lo que les fuese posible de la pelea que iba a celebrarse, eran otras tantas auténticas unidades de su propia raza".
De acuerdo a lo que se dedica un boxeador cuando cuelga los guantes, en "El Lord de Falconbridge" se lee: Cuando Tom Cribb, campeón de Inglaterra, dio fin a su carrera con sus dos célebres combates con el terrible Molineux, se estableció con una taberna que fue conocida con el nombre de "El Escudo de la Unión", en la esquina del Pantom Street, en el Haymarket. Luego se describen magníficamente el ambiente y la solidaridad entre camaradas: Adornaban la sala muchas estampas deportivas, y abundantes copas y cinturones que constituían los apreciados trofeos que el célebre boxeador profesional había ganado durante su victoriosa carrera. Los Corintios de aquella época acostumbraban reunirse en aquel reservado para discutir, paladeando los vinos excelentes de Tom Cribb, los combates del pasado, para esperar las noticias de la actualidad y para combinar otros nuevos combates en el futuro. También acudían los camaradas pugilistas del dueño, en especial los que se encontraban sumidos en la pobreza o pasaban por un mal momento. Era proverbial la generosidad del campeón, y jamás a un hombre de su oficio se le cerró la puerta, si podía remediar su situación con frases animadoras o una buena comida.
Como buen admirador del boxeo, Conan Doyle sabía la importancia de un buen entrenamiento: A fuerza de largos entrenamientos con los guantes, de paseos de treinta millas, de carreras de una milla siguiendo a un coche-correo tirado por un caballo de buena sangre, y a fuerza de una serie interminable de saltos con la cuerda, su entrenador le quitó la grasa del cuerpo hasta que pudo proclamar orgullosamente que su hombre "había perdido hasta la última onza de grasa y que estaba listo para pelear como si se jugase la vida".
Otra característica del boxeador de Conan Doyle es su bondad y rectitud: Yo he venido aquí, señora, para mantener un combate, y no para destrozar a un hombre que no viene con el propósito de combatir. Esto se acabó. Además de su valentía y entereza: De haberse tratado de un adversario menos valeroso, quizás esas caídas le hubiesen hecho darse por vencido; pero para Tom Primavera fueron simples incidentes de su trabajo de todos los días. Aunque magullado y jadeante, volvía en el acto a ponerse en pie. Le corría la sangre en hilillos de la boca, pero sus ojos azulados, de firme mirada, delataban el ánimo inquebrantable de que estaba poseído.
Entre los numerosos peligros que acechaban al boxeador estaban las mujeres: Circulaban muchas historias acerca de pugilistas que primero habían sido acaparados y después abandonados por damas muy ricas, tal y como ocurría con los gladiadores de la Roma decadente. Luego añadía: Tom Primavera tuvo la sensación, mirando a aquella mujer, de que jamás había visto ni soñado dentro de sí la voz del instinto que le advertía que se mantuviese en guardia. Sí aquel rostro era hermoso, por encima de toda ponderación. Pero, ¿era también bondadoso, era cariñoso, era leal? Un algo de extraña repulsión subconsciente se mezcló con la admiración que le inspiraba su encanto. En cuanto a los pensamientos de la mujer, había apartado de antemano todo lo que pudiera significar hombría en el joven pugilista y le examinaba con ojos críticos en su calidad de máquina destinada a cumplir una finalidad determinada.
Una visión más moderna del rol si es que hay alguno de la mujer en el boxeo nos la da Joyce Carol Oates, escritora norteamericana contemporánea devota de esta actividad puramente masculina. En su sabroso libro "Del Boxeo" advierte que si bien hay mujeres que boxean, el papel de las féminas en este deporte ha sido muy marginal. Al momento en que escribe sus páginas, la campeona norteamericana más famosa es la negra Lady Tiger Trimiar, que, "con su cabeza rasurada y su teatral atuendo atigrado", a más de algún recio peso mosca haría temblar. Concluye Carol Oates, dejando en claro que "el papel de la mujer se limita al de la chica del cartel llamada potoca en el medio nacional y al de ocasional cantante del himno nacional. (...) Aparte de eso, las mujeres no tienen un sitio natural en el espectáculo. Las chicas del cartel, con sus bañadores y sus zapatos de tacón alto, chicas con el glamour de los años cincuenta, complementan a los boxeadores, con sus pantalones y su calzado de gimnasio, pero no han de ser tomadas en serio: su exhibición en público no entraña riesgo alguno y es puramente decorativa. El boxeo es para hombres, y va de hombres, y es hombres. Una celebración de la perdida religión de la masculinidad, tanto más incisiva por ser perdida".
Todo lo anterior lo echa abajo la aguerrida y nada femenina protagonista de "El Descrédito de Lord Barrymore". Quizás no fuese mujer: El matón volvió a lanzarse en socorro de su amo. Pero la dama de edad se enfrentó de nuevo con él, echando hacia atrás la cabeza, adelantando el brazo izquierdo y asombrando a Hooper con su postura de diestra boxeadora.
Aquello desató la brutalidad del boxeador profesional. Aunque se tratase de una mujer, iba a hacer ver a aquella multitud protestadora lo que significaba el interponerse en el camino del Calderero. Ella le había pegado y tenía que sufrir las consecuencias. Nadie se le enfrentaría impunemente. Descargó un gancho con la derecha al mismo tiempo que soltaba un taco. Pero el sombrero de la dama se zambulló, y una hilera de nudillos, cortantes como una navaja, le abrieron una brecha por debajo del ojo.
Finaliza este episodio con una trágica pérdida de poder: Empezó a retroceder con cara de asombro ante aquella clase de adversario tan fuera de lo corriente. Y en cuanto hizo eso, se quebró para siempre el embrujo que ejercía su persona. Sólo podía mantenerse a fuerza de éxitos.
En "El Amo de Croxley" encontramos otra referencia a estas mujeres de armas tomar, nada señoritas, sino que por el contrario muy decididas a dar el primer golpe. Aunque sea "a la maleta": Montgomery permaneció inmóvil y como atontado, contemplando aquel cuerpo enorme, caído en el suelo. Casi no se daba cuenta de que todo había terminado por fin. Vio cómo el árbitro le señalaba con la mano. Escuchó su nombre aclamado a bramidos desde todos los lados. Y de pronto se dio cuenta de que alguien se precipitaba hacia él; tuvo la rápida visión de una cara congestionada y de una aureola de cabellos rubios flotantes, un puño desnudo le golpeó entre ceja y ceja, y se encontró caído de espaldas en el cuadrilátero, junto a su adversario, mientras una docena de sus partidarios trataba de sujetar a la frenética Anastasia. Oyó el grito colérico del árbitro, los alaridos de la mujer enfurecida y los gritos de la multitud: Y de pronto sintió romperse algo lo mismo que una cuerda de banjo demasiado tirante, y se hundió muy hondo, en el abismo, envuelto en nieblas, de la inconciencia.
A las dos de la madrugada del 7 de julio de 1930, Sir Arthur Conan Doyle agonizaba en su estudio. En las paredes colgaban los grabados de dos de sus héroes que habían participado en "El Lord de Falconbridge". El campeón Tom Cribb y el negro Molyneux. Atestiguaban con muda presencia los grandes tiempos del ring que habían inspirado al prolífico Arthur. Más allá, en la otra esquina del gabinete, colgaban, desfallecientes también, sus guantes de boxeo. Transcurrió la hora hasta que a las ocho y media de la mañana, rodeado de sus hijos, el inmortal Conan Doyle murió. Quizás dedicara una última mirada a los grandes del noble arte de la defensa personal.

Diagnóstico al Pugilismo Nacional

En nuestro país el boxeo parece estar más vivo en el lenguaje que en los rings. Metáforas como "arrojar la toalla", "me salvó la campana" o "me tiene por las cuerdas" se oyen a diario. Lo que no se vislumbra es algún nuevo campeón, una promesa esperanzadora que saque al boxeo de su letargo. Un golpe bajo al deporte de los puñetazos. Más que eso: un golpe fatal. Un lento, doloroso y predecible knock out. Y como si esto no bastara, la poco elegante reaparición de Martín Vargas...
Artes y Letras conversó con siete entendidos: Simón Guerra, la última gloria viviente de la vieja guardia. Emilio Balbontín, el "mejor entrenador de Chile", el gran adorador del boxeo científico. Paulo Figueroa, el pintor que atrapó los grandes momentos del boxeo universal en sus telas. Y con los cuatro dirigentes del último club tradicional de boxeo, que para sobrevivir ha tenido que construir canchas de fútbol y básquetbol al lado de los rings: el Club México. Luis Caro, presidente del Club México de Santiago; Eduardo Ramírez, secretario del mismo. Sergio Miranda, presidente del México de Osorno, y René Sánchez, director del mismo.
Simón Guerra es el único sobreviviente de las antiguas glorias del pugilismo nacional. En su hablar no demuestra ninguna secuela que le hubiera dejado "el recibir". Recuerda con vividez cada momento importante de su carrera iniciada en 1927. "Fui campeón de Chile, sudamericano y panamericano de los pesos livianos. Estuve combatiendo en Perú, en Argentina, en Uruguay y Paraguay. Perdí una sola pelea, que paradójicamente fue en Chile". Recuerda como una buena época del boxeo chileno los inicios de la década del treinta.
"Mi mejor contrincante fue Usabiaga; peleaba con ganas, fue uno de los mejores. Pero yo le pegaba", asegura entre risas. Dentro de sus recuerdos más felices destaca una pelea fenomenal: "Cuando le pegué al mejor boxeador que habia en Sudamérica. Un argentino al que no lo tocaba nadie. Imagínese, el Luna Park lleno y yo cam peón. Me querían matar los argentinos. Ahí fue cuando gané el cinturón de oro del campeonato sudamericano que aún conservo". Para él, la causa de la depresión actual del boxeo es la falta de buenos entrenadores.
"De niño intruso entré por el portón y vi a uno de mis ídolos: Luis Vicentini pegándole a la pera. En ese momento me enamoré del boxeo para toda la vida", recuerda Emilio "El Maestro" Balbontín, quien tiene el currículum más extenso y ganador de los entrenadores nacionales. "Yo fui el único entrenador del mundo que hizo un estilo en el concepto de defensa", confiesa sin gesto alguno de ostentación. Sereno, sabio. "La mayoría de los boxeadores que yo tuve fue campeón de Chile. Varios, campeones sudamericanos. Cuando viví en Estados Unidos entrené a dos campeones del mundo: "Japi" Lora y David Rojas. También me llevé a seis niños de aquí. Dos pelearon títulos mundiales: Cardenio Ulloa y el rancaguino Ordenes". Consultado sobre la sobrevivencia del boxeo en Chile, es enfático: "Nada salvaría al boxeo en Chile. El golpe es definitivo, pues tendrían que desaparecer el fútbol y el tenis".
Paulo Figueroa estudió Licenciatura en Artes en la Universidad de Chile y después terminó un magíster en artes visuales. Explica la relación de su pintura con la fotografía como la de dos disciplinas inseparables. "Es imposible no hacerse cargo de los golpes que le da la foto al boxeo. Es un golpe en el sentido del realismo, que soluciona el problema de la verosimilitud en pintura. El boxeo contemporáneo, sin foto no funciona".
Lleva siete años dedicado a pintar escenas del ring y ha expuesto multiples veces. Respecto de lo alicaído que está el boxeo en Chile, Figueroa sustenta una optimista y particular visión: "La decadencia no es algo tan malo en el boxeo. Lo que se busca en el ring es la caída. Luego, cuando se habla de decadencia del boxeo... , ése es el significado mismo del boxeo. La muerte que opera levemente hoy en día, ese ocaso en el boxeo, es su naturaleza misma. Internamente los boxeadores no ven esa decadencia. Es el universo social el que la ve".
Los del México han sabido sobrevivir. Con orgullo sienten el peso de la tradición. El suyo es el único club de los que hicieron historia que persiste. El Club Deportivo Cultural y Social México ex México Boxing Club de Santiago celebra sus 63 años de existencia. Para René Sánchez el México de Osorno ha sido trascendente en la historia del pugilismo nacional, "pues de allá salió Martín Vargas. Osornino y del México", asegura orgulloso.
Sergio Miranda pone el énfasis en las virtudes de los boxeadores osorninos, lejanos al estereotipo de vida disipada e irresponsable. "Ellos nunca dan un mal ejemplo. Nunca se les ve borrachos ni tomando en una cantina. Los boxeadores de nuestra ciudad son más cultos que cualquier otro deportista".
Don Luis Caro asegura que el mal momento del boxeo en Chile se debe "a que este deporte ha estado mal dirigido. Otro factor que ha echado a perder el asunto es el de los empresarios, que son unos comerciantes. Basta recordar la dramática muerte de David Ellis en el ring...". Finalmente, Eduardo Ramírez recuerda con cariño los años en que trabajó junto al célebre pugilista Godfrey Stevens: "Fuimos a la disputa del título sudamericano, a Japón por el título mundial. Para mí esos fueron los mejores momentos que me dio el boxeo. Stevens era ejemplo: gran carisma, caballeroso, y por sobre todo un ganador".

Cuatro Escritores Chilenos en el Box

Hace unas décadas, el box tuvo su esplendor en Chile. Carabantes, Fernandito, Arturo Godoy, Godfrey Stevens, y hasta hace poco tiempo Martín Vargas, fueron nombres que despertaron gran admiración en el ámbito nacional. Sus vidas oscilaron entre la ovación y la decadencia tanto física como mental. Algunos de ellos terminaron sus días entrenando a nuevos discípulos en oscuros gimnasios, otros en la pobreza más absoluta.Entre los escritores chilenos que han dado cuenta de su paso por este mundo destaca Juan Uribe Echeverría (1908-1988), con la novela "El púgil y San Pancrasio" (Zig-Zag, 1966), donde aborda una temática deportiva, posiblemente la primera de Hispanoamérica de aquel entonces. El libro muestra ambientes y tipos populares como trabajadores del matadero, vendedores de la vega y de ferias ambulantes y tuvo el mérito de llevar esa singular y abirragada masa que se reunía en un recinto como el Caupolicán, hoy teatro Monumental, al ámbito de la novela; por lo tanto, la riqueza de los registros expresivos de la narración de Juan Uribe son los desplazamientos y diversos giros idiomáticos de seres que pasan inadvertidos al común de la gente. El personaje central es un boxeador (Caucamán), devoto de San Pancrasio símbolo del sacrificio y del martirio por un ideal religioso que en definitiva abandona para siempre el ring, y su único anhelo es volver a su lugar de origen.
Unos años antes, Enrique Lafourcade había publicado, en "Fábulas de Lafourcade" (Zig-Zag, 1963), el cuento "Cupertino" que viene a ser uno de los primeros en abordar el tema en nuestra literatura. Trata de un chileno de extracción popular que parte a Perú en busca de trabajo y, tras varios días de vicisitudes, firma un contrato para disputar un match de boxeo sin haber pisado jamás un cuadrilátero. Más tarde, publica "Mano bendita" (Planeta, 1993), novela que da cuenta de un veterano boxeador que en un verdadero monólogo interior, junto a su nieta "capullito", combate contra la miseria y las sombras.También Poli Délano ha incursionado en el box con el cuento "Uppercut".(Cuentos Tierra Firme. Fondo de Cultura).
En otro ámbito de la literatura, Jorge Teillier no estuvo ajeno al mundo del boxeo. En su libro "Para un pueblo fantasma" (Edic. Univ. de Valpo. 1978) tiene un texto donde hace referencias a esto: "El aire de la mañana es siempre nuevo/ Y lo saludo como a un viejo conocido, / Pero aunque sea un boxeador golpeado/ Voy a dar mis últimas peleas." ("Pequeña confesión"). En una entrevista dada a "Las Ultimas Noticias", en marzo de 1975 dijo que, en general, él no leía poesía sino libros poéticos o revistas deportivas: "No te asombres. Me interesan las crónicas deportivas por el lenguaje que usan algunos periodistas. Mi favorito es Renato González (Mr. Huifa). Tiene su estilo. El deporte tiene mucho de azar como la poesía. Empieza un partido de futbol o un match de box y uno no sabe quién va a ganar. En el poema, uno empieza e ignora como lo va a terminar".
Fue además amigo de Bon-Bon Coronado y del Kid Capitán, un viejo maestro de boxeo que solía pasar por la "Unión Chica" a compartir una copa de vino en el mostrador del bar. En una oportunidad, bromeando, Teillier dijo: "Hay que caer KO cada cierto tiempo, como diríamos los boxeadores. Después de la cuenta de diez tú analizas por qué caíste, te sirve para tus entrenamientos y para tus próximos combates". En 1986, fue invitado a Panamá por el Ministro de Cultura de ese país. Al describir su viaje, nos dice: "Entro al bar del Hotel Soly, construido al estilo americano. Soy el segundo cliente. El primero es un joven de mediana edad de anteojos oscuros, aún dentro de la oscuridad, penumbra al estilo Chicago. Me presento al barman, al cual llamo con una palabra que quiere decir rústico. Me pregunta por Fernandito. Lo vio pelear el año 43, "no lo despeinaban", me dice. Y a modo de elogio. Se me acerca otro habitué. ¿Qué es de Carabantes? Murió, le respondo. Discuten.
El boxeo es la pasión de Panamá. Catorce campeones mundiales. El primero fue "Panamá" Al Brown, pluma, 1,79 de estatura y 59 kg. de peso. "La ironía negra" que fue además el primer campeón mundial nacido en Latinoamérica, terminó su carrera boxeando en bares pobres, bailando y tuberculoso. Tuvo el inútil premio de la inmortalidad. El gimnasio principal lleva su nombre.
"Mano de Piedra" es el ídolo, antes Ismael Lagunas, "Tatto" Valdés, Alfonso López y Martín Vargas".
Su gran sorpresa fue cuando le presentaron a "Mano de Piedra" Durán, con un cortejo de veinte personas. Teillier, veía en los boxeadores a los poetas, finalmente solos, en un cuarto redondo de alguna perdida ciudad.
Su admiración por los que viven al margen de la sociedad lo llevó a leer, con ferviente admiración, libros que recordaran a viejos cantantes de tangos, hípicos y ex campeones de boxeo. Esto queda fielmente retratado en el poema "A un viejo púgil".

A un Viejo Púgil

Revistas color sepia, programas de matches estelares, el par de guantes firmados por el Presidente cuando ganó el Campeonato colgados junto al retrato de la Difunta lo hacen buscar la gloria del Album amarillento y mientras hierve el agua en el anafe va recordando la cara del público y sus rivales a quienes el tiempo les ha contado diez.
La tarde cuelga frente a su ventana como una raída y sucia bata de combate, y él vuelve a bailotear en el ring, siente ovaciones en la tarde muerta.
No crean que está solo mientras prepara el café y hace guantes frente al espejo que le muestra su nariz rota y sus orejas de coliflor.
Todas las tardes regresan sus admiradores que en la estación se empujan para llevarlo en hombros a la vuelta de su gira triunfal y lo dejan en la primavera del césped de pez-castilla donde como le prometió a su madre sueña que ha esquivado sin despeinarse los golpes del olvido.

Francisco Véjar
El Mercurio
Domingo, 24 de Agosto de 1997

miércoles, 5 de agosto de 2009

La increíble historia de Routier Parra

Era chileno, peleó dos veces un título mundial de boxeo, pero nadie lo recuerda. Sus fotos son escasas y las pocas entrevistas que dio sólo sirven para acrecentar el misterio en torno a él.

Casi como un anticipo de su destino, Alejandro Romero Castillo optó por alterarlo todo en su vida. Creció con una familia que no fue la suya, en una ciudad donde no había nacido. Viajó siendo menor de edad a Estados Unidos, donde combatió con un nombre que no era el propio. Tomó otra nacionalidad y cuando pudo ser uno más de los elegidos en la escasa galería de los ídolos chilenos, se perdió en el anonimato para transformarse en el más olvidado e ignorado de todos nuestros gladiadores.

La historia de Alejandro Romero Castillo quedará sepultada para siempre entre los elogios y las páginas dedicadas al Tani Loayza, Arturo Godoy o Quintín Romero, contemporáneos que gozaron del halago unánime y del pasaje a la posteridad, cuya vida y trayectoria pueden rearmarse fácilmente con sólo repasar la prensa de la época.

Routier Parra -que ése era su nombre de combate- es un fragmento estadístico en la historia del boxeo chileno. Ignorado en los textos, asoma casi como una anécdota el combate que lo convirtió, el 9 de abril de 1928, en el segundo boxeador chileno en pelear un título del mundo. Pero para llegar a ese capítulo antes hay mucho que contar...

El rutero

Alejandro Romero Castillo nació, aparentemente, en Antofagasta. Así lo dicen los registros en Estados Unidos, sus primeras notas periodísticas y su partida de nacimiento. Sin embargo, en su visita al país en 1964, le confesó al periodista Antonino Vera que en realidad él era de Tocopilla, contradiciendo toda su historia anterior. No sólo eso: en aquella oportunidad dijo llamarse Alejandro Enrique González.

Tampoco está claro cuándo nació. El documento del Registro Civil señala que fue el 9 de febrero de 1905, aunque sería inscrito recién en 1922 y en Calama, una vez que sus padres formalizaron el matrimonio. Los rigurosos datos de la Comisión de Boxeo del Estado de Nueva York consignan, sin embargo, que nació el 21 de diciembre del mismo año, dato no menor si se considera que debió esperar varios meses hasta poder combatir quince rounds como mayor de edad.

Como sea, en la tierra del norte Romero (o Parra o González, usted elegirá) armó el espíritu. Y hay que recurrir a la leyenda para esclarecer cómo un fajador nortino fue a parar a Valparaíso.

Cuando el niño Romero tiene diez o doce años llega a Antofagasta, como manejador de una obra de varieté, el empresario porteño Roberto Parra. Este hombre solía amenizar los entreactos del Teatro Nacional con peleas de infantes vendados, riñas que culminaban cuando el último de los combatientes podía sostenerse en pie.

Romero tomó parte del espectáculo y fue tanta su bravura que no sólo ganó la competencia y los 15 pesos de premio, sino que a los pocos días emprendía viaje al centro del país como protegido del empresario, quien valoró no sólo su valentía, sino además sus conocimientos adquiridos observando a Antonio Salas, un aclamado boxeador de la zona, a quien le llevaba los bultos y acompañaba en el gimnasio.

Roberto Parra no era cualquier manager. Había sido deportista en sus años mozos y llegó a destacar como uno de los primeros ciclistas aficionados en los caminos porteños. Fue entonces cuando se ganó el apodo que lo acompañaría por el resto de su vida, pero que haría famoso a su hijastro: El "Routier" Parra; el hombre de la ruta. Como su existencia siguió ligada a los caminos, el sobrenombre perduró, más aún cuando su afición al boxeo lo llevó a formar una pequeña troupe de pugilistas, donde destacaban sus hijos naturales pero, sobre todo, el moreno peleador nortino llamado Alejandro Romero.

Los primeros combates

El estilo de Romero lo convirtió prontamente en figura en Valparaíso. La prensa consigna que el peso mosca siempre daba ventaja en la balanza, porque no tenía rivales de fuste en su categoría. O combatía con tipos mayores y más pesados, o lo hacía frente a los argentinos.

Así sucedió, por ejemplo, el sábado 13 de febrero de 1926, cuando en el Pabellón Garden (una carpa instalada en el sector de El Almendral) dio cuenta del trasandino Luis de Marco, burlándose de su rival ante el solaz de la parcialidad que llenaba el recinto.

El 10 de abril daba otra vez ventajas frente al gallo Carlos Valencia en el Coliseo Popular, pero pese a los kilos de regalo no tuvo problemas en despachar a su rival, quien se tomó revancha el 26 de mayo. Según Parra, alcanzó a combatir más de 80 veces, aunque la prensa consigna muy pocos combates, entre ellos sus dos únicas derrotas, frente a Valencia y a Nicanor Tapia.

A fines de junio, recomendado por Tani Loayza y financiado por Mr. Braden, la Comisión de Boxeo de Valparaíso y algunos particulares, Alejandro Romero Castillo sufre el segundo gran desarraigo. Despedido por su familia adoptiva, promete en el muelle antes de embarcarse que su carrera en Estados Unidos la hará bajo el nombre de su mentor, Routier Parra.

El benefactor

Las cosas no fueron fáciles. Según narra el propio boxeador a la revista Los Sports en 1929, llegó a los Estados Unidos sin haber cumplido aún los 21 años (lo que avala la teoría de su nacimiento en diciembre). Y, además, como requisito de inmigración, le exigieron mil quinientos dólares, cifra que fue cancelada por quien se convertiría en su segundo padre adoptivo: el abogado portorriqueño Antonio González, fanático del boxeo y quien lo alojó en su casa. Es probable que, tal como aconteciera cuando viajó a Valparaíso, Romero finalmente tomara el apellido de su segundo mentor para rebautizarse.

Su manager, sin embargo, no fue González, sino el español Manuel Otero, quien lo incorporó de inmediato al circuito, ávido de peleadores en las categorías bajas, donde los rivales se repetían mucho y pegadores de fuste no había. Y le colocó en el rincón en sus primeras peleas a Doc Buggle, un reputado y estudioso entrenador de categorías bajas.

Sus dos primeros combates -en octubre y noviembre de 1926 frente a Mickey McGarr- fueron empates. Pero a partir de la victoria sobre Joe Ferrentino inició una consistente racha de ocho victorias consecutivas, interrumpida sólo por el empate y la derrota sufridos en junio y julio de 1927 ante Joey Eulo.

Ya las crónicas de sus combates hablaban de un batallador impulsivo, desordenado, con más corazón que técnica. Un "diablo aguerrido", como le consignaban a Routier padre las cartas que le enviaban sus manejadores desde Estados Unidos. No era para menos: varias veces peleó en días consecutivos, en verdaderas eliminatorias para llegar al título del mundo.

Es el 12 de octubre del 27 -un día después de perder con Happy Atherton- cuando comienza la serie que lo llevaría a su momento más alto. Gana consecutivamente a Nick De Salvo, Manu Wexler, Mattu White, Minty Rose y Tommy Abobo para obtener una opción ante "Corporal" Izzy Schwartz, el campeón vigente de origen judío de la corona mundial de los pesos mosca.

El duelo, sin embargo, se origina de manera extraña. Ante la deserción de Harry Goldstein, los organizadores le avisan a Parra y a Otero con sólo cuatro días de anticipación que tendrán la chance de combatir por el título. La lidia fue fijada para el 9 de abril de 1928.

Como sucedió siempre, Parra dio ventaja en el peso. Casi un kilo y medio lo separaba de Izzy Schwartz, quien además lo había obligado a firmar un documento garantizando que si perdía, el chileno le daría revancha antes de un mes. A los 29 años, "Corporal" sabía que quemaba sus últimos cartuchos, por lo que el rival, de campaña ascendente, representaba todo un riesgo. Alentado por casi tres mil quinientas personas, el neoyorquino pudo resistir el desesperado ataque del chileno en el primer round.

Sangra una ceja

La veteranía del campeón le permitió recuperarse en el segundo, rompiendo la ceja izquierda de Parra, quien sólo en el cuarto y quinto asalto pudo recuperar el aire. Pero su momento -de acuerdo con las crónicas de las agencias reproducidas por El Mercurio- estuvo en el noveno round, cuando con un gancho de izquierda al rostro hizo tambalear al campeón, que replicó en la siguiente vuelta abriendo nuevamente la herida del antofagastino.

Los últimos cinco rounds fueron unilaterales, con el campeón siguiendo sobre el ring al aspirante, que sólo se limitó a protegerse para llegar en pie al final de la reyerta. Al momento de la decisión, en el gimnasio de Saint Nicholas no había dudas: Izzy Schwartz era el legítimo vencedor. Las tarjetas le habían otorgado 14 de los 15 asaltos.

La derrota cambiaría para siempre la carrera deportiva de Routier. Tras caer por nocaut un mes después ante Harry Goldstein, el boxeador nortino viaja de vuelta a Chile para obtener el reconocimiento de su patria. La sorpresa es grande: nadie parece conocerlo. Las entrevistas son pocas y la posibilidad de combatir en el país, nula: no hay pesos moscas que se atrevan a subir al ring. Tampoco en Buenos Aires.

Contrastaba la realidad con lo que Romero esperaba. En Nueva York, la pelea que le ganó por nocaut a Pete Buckley culminó con una dama subiendo al cuadrilátero para llenarlo de besos. Y compañía no le faltaba para ir al Zoológico, a Coney Island o a los "spikis" (salones de baile) donde los boxeadores eran presa cotizada. La escala en Perú también lo sorprendió, pero la abulia en Chile terminó decepcionándolo, más aún si el Tani, con méritos iguales, era idolatrado. Dos meses después, y acompañado por Juan Carroza, un iquiqueño de 51 kilos, emprendió el viaje de retorno.

El milagro

Desde que volvió a Nueva York, en noviembre de 1928, hasta que se retiró del boxeo en 1936, Alejandro Romero Castillo combatió veintinueve veces y ganó apenas una pelea: a Willie La Morte, en marzo del 29 en Toronto, Canadá.

Pero increíblemente, pese a la seguidilla de derrotas por la vía rápida, la National Boxing Association le dio una segunda oportunidad por el título del mundo en peso mosca, esta vez enfrentando a Frankie Genaro. El combate, realizado el 16 de julio de 1931 en North Adams, Massachussets, terminó por la vía rápida en el cuarto asalto.

Según la crónica del New York Times, el monarca fue claramente superior, "golpeando a su adversario desde la campana inicial, sin darle chance a meter golpes". Otra vez con la ceja abierta -herencia de un brutal combate con Midget Wolgast en 1929- la opción de Routier jamás estuvo a la vista.

Se pensaba que el día del retiro sería el 7 de septiembre de 1933, cuando cayó por segunda vez ante Johnny "Skippy" Allen. Sin embargo retornó tres años más tarde, en un último y desesperado intento por romper su impresionante racha de palizas, sólo para caer por puntos ante Beezy Thomas en la Fort Hamilton Arena, en Brooklyn.

Ya por entonces estaba casado con una puertorriqueña de nombre Elvira. El resto de la historia la escribe parcialmente el mismo Romero cuando decía llamarse Alejandro Enrique González.

Asegura que permaneció por dieciocho meses en la 28 división de infantería del Ejército norteamericano, que se mantuvo estacionada en New Jersey antes de la Segunda Guerra Mundial. No fue al conflicto porque le detectaron una hernia y luego ingresó a trabajar en la Brighton Beach Bath Inc. de Brooklyn.

Vino a Chile en 1948 y luego en 1964, y cada vez que partía, aseguraba que iba con él un boxeador nortino de grandes proyecciones, del cual poco más se supo. Presentó a una hermana y también declaró ser jinete de carreras.

Su rastro se pierde para siempre después de la última visita. Rastrearlo resulta imposible porque la búsqueda es infinita. Routier Parra, Rury Parra, Alejandro Romero, Alejandro R. Castillo, Alejandro E. González. ¿Quién es realmente el campeón más olvidado del deporte chileno?

En la historia del boxeo de Renato González, editada por Quimantú en 1972, su nombre apenas aparece como referencia estadística o mera anécdota. Hay referencias históricas equivocadas por doquier y lo único que mantiene vivo el recuerdo es el impecable registro de sus combates en los Estados Unidos.

Esa es la historia. O parte de ella. Fragmentos oscuros y lejanos que no permiten armar el puzzle. El hombre que combatió dos veces por la corona del mundo así lo quiso. Casi como un superhéroe que desea ocultar su identidad, resignándose a quedar eternamente en el sótano de nuestra memoria.

Cualquier esfuerzo por sacarlo de allí, sólo hará justicia.

Aldo Schiappacasse
El Mercurio
Lunes, 21 de Marzo de 2005

viernes, 10 de julio de 2009

La increíble historia de Juan Budinich, el primer boxeador chileno

Fundador del boxeo cubano, sparring de campeones del mundo, amigo de Marmaduque Grove, primer estudiante chileno en la Universidad de Columbia, la vida de Juan Budinich -que hasta el clásico Alone refirió en sus crónicas- es simplemente asombrosa.

La mañana de 18 de abril de 1906 un terremoto sacudió a San Francisco matando a tres mil personas y dejando a tres de cada cuatro habitantes de la ciudad sin casa. Juan Budinich Taborga, chileno, 26 años, debió estar ahí y ser un número más de la catástrofe, pero una serie de coincidencias lo tenían, a la hora del sismo, en un tren, ya lejos de California.
Su familia en Coquimbo, sin comunicaciones, temió lo peor. No fue la primera ni la última vez que dieron a Budinich por muerto. Fue la segunda.
Por esos años Budinich sobrevivía como podía en San Francisco. Hacía trabajos menores, pero sobre todo, boxeaba cada semana dónde podía y contra quién podía. No hay registro exacto de sus peleas, pero sí se sabe que ningún púgil subía al ring menos de diez veces por mes y a veces varias la misma noche.
Con su hermano Marcos, antes de dejar Chile, hizo un pacto: el que necesitara plata, podía acudir al otro. Juan necesitó y por correo le enviaron, pero a Nueva York. La descoordinación lo enfureció, pero en pleno tren, cruzando el continente, se dio cuenta de la bendición escondida de la equivocación. Aprovechó los tiempos libres del viaje para escribir una florida carta contando su aventura. El documento está en la casa de Coquimbo de su sobrino Edmundo Budinich, de 80 años, único familiar vivo que conoció personalmente al boxeador.
Budinich era un conversador ágil que disfrutaba contando historias. La de su padre, Marko, se topó con Chile en la década de 1870 cuando viajó desde la actual Croacia. Ingresó a Tocopilla como ciudadano del imperio Austro Húngaro junto con su hermano Matej.
El padre también tenía un carácter de cuidado: en plena Guerra del Pacífico hizo un par de bromas respecto de la astucia de la Armada chilena y terminó detenido. Sólo una intervención diplomática desde Europa lo dejó libre nuevamente.

El "pan duro"

Aunque hay controversias aún respecto del lugar y la fecha, lo cierto es que Budinich nació en Coquimbo en 1881. De su actividad pública el primer registro que se tiene es el ingreso a la Escuela Naval, siguiendo la tradición familiar, a los 12 años.
Su paso fue fugaz, aunque significativo. Cuando completaba el primer año, y según recuerda su sobrino, se vio envuelto en la "Sublevación del pan duro", liderada por un jovencísimo Marmaduque Grove.
En noviembre de 1894 un grupo de cadetes tomó nota de que al almuerzo les servían pan añejo. Hubo protestas varias y en la noche se negaron a sentarse a la mesa. Los superiores ordenaron el arresto de los insubordinados y Grove, indignado, entró a la sala de armas y tomó unas carabinas. Aunque las armas ni siquiera tenían municiones, terminó expulsado acusado de una falta gravísima.
El incidente, menor, es recordado básicamente por la participación de Grove, quien luego sería muy gravitante en la vida política del país. No hay documentos que atestigüen que Budinich fuera parte de los sublevados. El historiador de la Armada y escritor Carlos López Urrutia lo atribuye a un incendio que destruyó muchos documentos en 1906 y al hecho de que los cabecillas de la sublevación fueron los cadetes de tercer año y no los novatos como Budinich.
Se salvó de la expulsión ahí, pero meses después le dio una paliza a un superior bien conectado que lo atosigaba. La situación lo puso en riesgo de ser fusilado y tuvo que desaparecer de improviso. Fue la primera vez que lo dieron por muerto, pero estaba en un buque rumbo al extranjero.
En esa época conoció el boxeo. Un herrero irlandés de apellido McDonald le enseñó los movimientos básicos del deporte, para el cual Budinich tenía ya comprobadas condiciones naturales.
Tras unas temporadas afuera, Budinich reapareció en Valparaíso, donde participó en la génesis del boxeo en Chile. En el Club Colonia Urreola, a espaldas de la policía, armaba cruentas peleas clandestinas, a mano descubierta, que terminaban con el desmayo de uno de los púgiles. Al comienzo los que más se animaban eran marinos norteamericanos.
La actividad fue ganando adeptos y Budinich se consolidó como peleador principal y difusor de las reglas formales del deporte.
A pesar de lo violento de los combates, fue la clase acomodada la que apadrinó el boxeo. Con ayuda de amigos en Santiago, pudo armar así la primera pelea profesional en el país en 1902. En el Teatro Santiago Budinich se enfrentó con Frank Jones, un moreno del que no había mayores antecedentes. El chileno ganó por nocaut en seis rounds, en una noche calificada como "sangrienta" por los cronistas de la época.

También fue periodista

El evento sólo aumentó la efervescencia por el boxeo. Budinich, junto con su amigo John Daly, un menudo inglés, también púgil, fundaron un club en la esquina de Merced con las Claras (hoy MacIver), con el sugerente nombre de "La Filarmónica del Huaso Rodríguez". Ahí jóvenes acomodados, con sus mejores trajes, apadrinaban a peleadores y, fuera del ring, los empleaban como guardaespaldas.
Budinich, por supuesto, estaba por encima de eso. Por esos años, además, se dedicó al periodismo: traducía textos de revistas norteamericanas de boxeo y los publicaba en el diario "La Unión".
No se quedaba tranquilo. En 1905 se embarcó con lo puesto rumbo a Estados Unidos. En San Francisco se radicó primero y luego, terremoto de por medio, llegó a Nueva York. Allá se inscribe en la prestigiosa Universidad de Columbia, para tomar cursos de educación física, los que nunca termina, pese a que era uno de sus más grandes orgullos: se presentó muchas veces como Juan Budinich, el primer chileno en la historia de Columbia.
Estuvo fuera del país once años en total y siempre con el boxeo como prioridad. Decía que había sido sparring de James Corbett, uno de los pesos pesados más famosos de todos los tiempos. No hay cómo corroborar el dato.
En Estados Unidos la vida era dura. Peleaba todas las semanas para hacerse un nombre y allá ya no era la estrella de cada velada. Él mismo reconoció que recién ahí se dio cuenta de que no era la "lumbrera" que creían en su país de origen.
En 1908 se subió de polizonte a un barco rumbo a Panamá, un oficial lo encontró en la mitad del viaje y amenazó con mandarlo de vuelta.
-Esfuerzo perdido, nada más, mi señor, pues me vendré en el próximo vapor. Tengo que llegar a Colón- le respondió Budinich, quien terminó por caerle simpático al capitán: le dio trabajo como fogonero para terminar la travesía.
Llegó a Colón con cinco dólares en el bolsillo y obsesionado con enfrentarse con Sam Odon, un moreno que causaba furor en Panamá por esos días. Tuvo la suerte de, apenas pisar tierra, conocer a un chileno que trabajaba en un hotel. Él lo presentó y a las semanas ya tenía pactada la pelea con Odon.
Un día, mientras se entrenaba en el gimnasio, el jefe de policía local se le acercó amenazante y le dijo que había apostado 10 mil dólares a su favor en la pelea. "Si pierdes ya sabe lo que te espera, si ganas, te regalo cinco mil".

El primer ring

La noche de la pelea, 27 de abril, con las apuestas 4 a 1 en su contra, Budinich caía al piso al primer round. El encargado de negocios del gobierno de Chile en Panamá, presente en el teatro, se tapaba la cara. Budinich, atontado, aguantó los golpes y terminó masacrando a su rival por cansancio: lo botó varias veces, aunque al final del décimo asalto no habían dado el nocaut.
Los jueces, con la presión de los apostadores, dieron empate, justo antes de que el alcalde de la ciudad entrara al ring para declarar vencedor a Budinich, "the chilean boy", que se ganó 5 mil dólares, la mejor bolsa de su carrera.
En 1910 tomaba otro vapor con un destino prometedor: Cuba, por ese entonces terreno fértil para los estadounidenses en búsqueda de dinero fácil. Budinich, de hecho, se presentó en sociedad con el nombre de John y como un eximio profesor de boxeo. Al poco tiempo había fundado una academia y en los patios del periódico "El Havanero" montó el primer ring de la historia del país.
Fue contratado por el exclusivo Club de Tenis Vedado, donde recolectaba un buen sueldo mensual y hacía contactos que le serían útiles en los meses venideros.
Ese mismo año peleó con "Cuban" Jack Johnson, un inexperto sacado de los muelles al que venció sin problemas. Su fama crecía: en el resto de combates informales, se ofrecían mil dólares al que venciera al chileno y 500 al que le aguantara seis rounds. Era un personaje muy conocido, favorito de los diarios. El 18 de julio de 1910, por ejemplo, se publica un confuso incidente en el que Budinich termina en el hospital Socorro de Vedado con numerosas heridas, la mayoría en las piernas. Le dijo al personal del establecimiento que lo había atacado un venado, pero su versión nunca convenció.

La huérfana española

En La Habana Budinich no perdió el tiempo. Al año ya se había casado con María Inés González, una huérfana española que se fascinó con sus historias.
En 1912 armó su primer evento grande. En el conocidísimo Payret Theatre, con cinco mil personas -la mayor audiencia hasta el momento para un evento deportivo en el país- se enfrentó con Jack Ryan, un estadounidense de trayectoria respetable. Se pegaron afiches de ambos a torso desnudo por toda la ciudad y la noche del 21 de julio toda la clase alta de La Habana se había reunido a ver lo que se conoce hoy como el punto de partida del boxeo profesional cubano. La pelea estuvo muy cerca de ser interrumpida por la policía, que temía que los conflictos raciales que sacudían al país encendieran los ánimos entre los asistentes. Los promotores convencieron a las autoridades de continuar la velada, aunque bajo estricta vigilancia.
En el ring Ryan le dio una buena paliza a Budinich en dos rounds, lo que mermó notoriamente su fama. Más tarde Budinich, insistente, intentó un salto aún más grande frente a John Lester Johnson, un peso pesado de gran reputación, quien, de hecho, un año después entraría a la historia grande del deporte al vencer en Harlem al inolvidable Jack Dempsey.
Budinich tenía ya 34 años y lo entendía como su última oportunidad de entrar a las grandes ligas. Sus esperanzas chocaron brutalmente con los puños de su rival: nocaut en el primer asalto. Budinich dijo, tiempo después, que a los pocos segundos de empezar la pelea se lesionó un pie.
Fue el cierre de la aventura cubana de Budinich. Un buen día vendió sus pertenencias y les dijo a sus conocidos que se uniría a la legión extranjera para pelear en la Primera Guerra Mundial. Para 1918 en Cuba lo daban por muerto, creencia que se mantiene hasta hoy. Era la tercera vez.

Alone escribe de él

En realidad Budinich regresó a Chile. Se sabe poco de lo que hizo recién llegado. Algo quedó establecido: intentó volver a pelear. El crítico literario Alone retrató con acierto el cliché del púgil que no sabe cuándo parar. Vinieron los finteos preparatorios y fueron suficientes para advertir que el hombre, el gran hombre, el maestro, ya no era el mismo. Conservaba la estampa, ciertamente magnífica, pero se movía como en sueños, trabada por misteriosas ligaduras. El negrito (su rival), el insignificante negrito, parecía un rayo, bailaba, saltaba, embestía. En una de éstas, Don Juan, como fulminado, cayó tendido largo a largo sobre las tablas.
Se dedicó más tarde a hacer clases. Abrió un gimnasio en Ahumada con Moneda y tenía alumnos en dos universidades. Agudizó su gusto por las apuestas y también perdió mucho dinero en la Bolsa de Comercio. Se le quemó dos veces la casa. Tuvo cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres. En 1945, ya algo encorvado aunque muy claro de mente, la federación le dio una pensión vitalicia, por su importancia en el desarrollo del boxeo. Le duraría poco: ese mismo año Budinich, con todas sus historias, murió en la Postal Central. Lo mató una simple pancreatitis.
Oficialmente hay registro de sólo cinco combates de Budinich, pero se estima que peleó al menos cien veces.!
Budinich solía navegar de "pavo": sin dinero y ofreciendo su trabajo para pagar el pasaje.

¿Pionero o charlatán?

Dos de los historiadores más reconocidos del boxeo cubano no se ponen de acuerdo respecto de la real importancia que tuvo Budinich en el germen de la actividad en la isla. El tema no es nada menor si se considera que la labor del chileno desembocó, a la larga, en uno de los dominios más sorprendentes en la historia del deporte: 63 medallas olímpicas, 32 de ellas de oro.Enrique Encinosa, reputado escritor de la isla avecindado en Miami y autor de "Azúcar y Chocolate, la historia del Boxeo Cubano", le da una relevancia primordial. "Antes de él no había nada organizado. Él ordenó y produjo peleas. Es la única persona que ha logrado iniciar el deporte en dos países, aunque lo de Cuba es más relevante por los resultados posteriores", dice.Una mirada distinta tiene Jorge Alfonso, historiador y escritor (autor de "Puños de Oro", obra que relata la historia de la actividad), quien vive en Cuba y trabaja en el Instituto de Deportes. Para él, Budinich sólo estuvo en el momento correcto y en el lugar justo. "Fue parte del origen, de eso no hay duda. Pero sus conocimientos del deporte son discutibles. Todas las peleas de verdad que hizo acá las perdió. Yo he documentado ocho, al menos. Era un personaje atractivo, un trotamundos, muy conocido acá, pero dentro del ring, al parecer, no daba la nota".

Rodrigo Fluxá N.
7 de diciembre del 2008
Deportes de El Mercurio

jueves, 18 de junio de 2009

Pasta de boxeador

Hasta el año pasado era una de las promesas del boxeo chileno. Abajo del ring, sin embargo, nunca le fue bien. De niño su madre lo regaló a una familia que apenas conocía; cuando cumplió 14 años entró al boxeo y a la pasta base al mismo tiempo. Hoy, a los 19, con un intento de suicidio a cuestas, Cristián Moreno busca ganar la pelea de su vida: dejar la calle.

Cuando peleo, me desahogo. En cambio, cuando no peleo, tengo una sensación de rabia, de desesperación... como que la rabia me ahoga... Yo siento rabia con todo, con lo injusto que ha sido todo conmigo. Cuando estoy en el ring me libero- dice Cristián Moreno.

Es el 21 de julio de 2007 y en el complejo deportivo Riocentro, en Brasil, se disputan las preliminares de boxeo de los juegos Panamericanos. Moreno (19) es el primer púgil chileno que llega a ese torneo en 13 años. Le ha costado mucho estar ahí, nadie se imagina cuánto. Pero la suerte, que nunca ha estado a su favor, le pone como rival al mexicano Francisco Vargas, cuarto finalista en los juegos Olímpicos de Atenas y uno de los ocho mejores boxeadores amateurs del mundo. Los comentaristas mexicanos auguran una paliza para el chileno.

En su esquina Moreno se mueve nervioso. Ha pasado su vida peleando con rabia; con los niños de Alto Hospicio que le gritaban "adoptado"; con su sensación de abandono; con la pasta base en la que cae una y otra vez. Sólo unos meses antes se tajeó el abdomen y se colgó de una viga. Es un milagro que pueda pelear.

Moreno mira a su rival. Le parece que el mexicano es muy fuerte, que es superior. No siente rabia. Es otra cosa.

A esa pelea yo entré con miedo- confiesa.

El árbitro los llama al centro del cuadrilátero y suena la campana.

Vargas ataca como un rayo, pilla a Moreno distraído y le acierta dos golpes en el cuerpo. El chileno solo atina a escabullirse. Todo lo que intenta, falla. Sólo al final del round retoma el control y su brazo izquiredo encuentra al mexicano.

De vuelta en su esquina su entrenador lo azuza:

- Hueón, vai tres puntos abajo! Sale pa los lados, tira tu izquierda, crúzalo, mándale el cro!
Lentamente la pelea cambia. Moreno acierta un par de combinaciones y evade los golpes con gracia.

- Yo lo cruzaba no más. Cuando me venía a atacar, lo dejaba que tirara la derecha y lo esquivaba. Me pasaba por el hombro y lo cruzaba y lo levantaba- recuerda el púgil.

Cuando queda un minuto, lanza un gancho de zurda al rostro del mexicano. Al sonar la campana Moreno va arriba por un punto.

Pero el mexicano no se rinde. En el tercer asalto conecta una zurda que deja a Moreno atontado en las cuerdas. La situación se empareja en el round final.

- Ambos nos golpeamos. Yo le conecté dos golpes nítidos y no me los marcaron- recuerda Moreno.

Cuando el combate termina el chileno ha perdido por 11-10.

- Un punto... eso me dio lata. Había sido capaz de darle la pelea al que estaba proyectado para ser el mejor boxeador del campeonato. Pero igual me dio lata. Yo quería ganar.

Moreno regresa a su habitación y se tira en la cama a dormir un rato. Quiere olvidarse de todo. Su participación en los Panamericanos ha terminado y debe volver a Alto Hospicio, a sus calles de tierra, a entrenar en la mañana y espantar curados en las noches, que es el trato que tiene con su entrenador.

En Alto Hospicio, sin embargo, lo reciben como a un héroe.

- Fue bacán. Me hicieron una entrevista y mis amigos me decían "bueena, saliste en la tele!" Yo era como una estrella. Me eligieron el mejor deportista de Alto Hospicio y el alcalde hizo una comida en un restorán y me entregaron una copa con los colores de la municipalidad. Era como el hijo ilustre recuerda Moreno.

Los días pasan en festejos. Su popularidad lo hace sentir bien. En los Panamericanos varios agentes le habían ofrecido entrenar fuera de Chile. Sólo tiene que llamar y seguirá con una carrera que parece ascendente. Irse es la decisión más conveniente. En Chile hay cerca de mil boxeadores amateurs como él y la mayoría malvive buscando el auspicio municipal.

Me ofrecieron partir a Cuba, a Colombia, y también quedarme en Brasilia. Pero cuando volví no llamé a nadie. Yo andaba en otra- dice.

Un día, cuando el éxito empezaba a amainar, Moreno se encuentra con un grupo de viejos amigos, muchachos con los que fue al colegio, jugó pichangas y empezó a boxear. Ahora todos tienen 20 años. La mayoría está cesante y pasa las horas juntando monedas para comprar pasta base.

- Como andaba con plata, con buena ropa y buenas zapatillas, me devolví. Lo hice para creerme. Les pregunté en qué estaban. Me dijeron que se iban a ir a fumar. Por dármelas de agrandao, les dije "ya po', yo pongo diez lucas". Los cabros quedaron locos. Nos alcanzó como pa un saquito y vacilamos como 4 horas.

Sin darse cuenta, a partir de ese momento Moreno empezó a dar una lucha mucho más dura que la que libró con el mexicano. Una pelea consigo mismo, con su historia y su rabia.

TE LO REGALO

Moreno aprendió a pelear para defenderse de los niños que lo molestaban por ser adoptado.

- Yo siempre supe eso. No recuerdo que me hayan dicho"tú eres adoptado!" como en las teleseries, jaja. Desde que tengo memoria lo sé y nunca me ha dolido. A veces mis hermanos me decían "!Qué, si a vo te encontraron en la basural!" y eso me daba lo mismo. Pero cuando los cabros en la calle me lo gritaban, ahí me daba rabia y peleaba.

Lamentablemente esas peleas eran frecuentes, porque en Alto Hospicio todos sabían su historia. Ximena Zambra, su madre adoptiva, se lo había contado a medio mundo.

- Esa es la rabia que siempre tuve con mi mamá. Era un tema familiar pero ella se lo comentaba con todos porque se sentía grandiosa, como si recogerme hubiera sido la mejor obra que había hecho en su vida. A veces también me lo sacaba en cara. Me decía: "deberías estar agradecido conmigo porque yo te adopté"- cuenta.

Sin embargo, la de Moreno no fue una adopción propiamente tal, sino algo más duro que eso. Ocurrió en 1988, cuando su madre biológica, Rosa Alonso, se hizo amiga de Ximena. Rosa estaba cesante. Su marido la había dejado con dos niños. Moreno tenía 10 meses y requería mucha atención.

Una tarde Rosa le pidió a Ximena que se hiciera cargo de su hijo mientras ella viajaba a Santiago a trabajar.

- Yo le dije que no, porque me podía encariñar e iba a sufrir mucho cuando se lo llevara. Entonces ella me dijo: "bueno, te lo regalo". Yo creí que era una broma y le dije que sí.

Dos días después Rosa fue donde Ximena con el niño y una bolsa con un trajecito, dos pañales y una mamadera.

- Cuando la vi, quedé helada. Me pasó al niño y me dijo, bien apurada: "Ya, te lo dejo porque me salió un trabajo, me voy, me voy!". Me quedé plop- cuenta Ximena.

El marido de Ximena, Patricio Toro, se opuso al principio, pero luego aceptó. Contactaron a Rosa para legalizar el "regalo" con una tutela simple y Moreno empezó a formar parte de la familia.

Moreno supo esa historia desde pequeño. Y lo marcó aunque él no se haya dado cuenta.

- Siempre tuvo problemas. Con decirle que hasta se escapaba del jardín infantil y llegaba a la casa solo- cuenta Patricio, su padre.

A medida que creció, Moreno se volvió más incontrolable.

- El sicólogo nos decía que él tenía rabia, que tenía una energía contenida que había que liberar- explica Ximena.

Entonces, por una casualidad, apareció el boxeo. Un día estaba jugando con sus amigos y llegó un entrenador buscando chicos para una pelea. Les dijo que fueran a entrenar y el grupo dejó la pelota y se puso guantes. Pero Moreno fue el único que se lo tomó en serio. Con cada combo, con cada finta, sentía que la rabia que tenía adentro se diluía. Empezó a entrenar casi todos los días y a veces se arrancaba de su casa antes de ir a clases, para practicar.

- Un día me arranqué a la Casa del Deportista de Iquique, porque debutaban dos profesionales: julio Cruz y Edwin Adriasola. Para la pelea previa les faltaba un boxeador y me ofrecí. Me tocó con el Félix Sanguínez. Él ya había ido al Campeonato Nacional. Yo, en cambio, recién llevaba entrenando tres semanas. Lo único que sabía hacer era tirar los codos, agacharme, pasar por debajo y pegar con la izquierda. Pero pegaba fuerte. Y gané, po. Ahí los viejos se empezaron a fijar en mí- dice Moreno.

El boxeo empezó a apasionarlo. Cada vez se volvía más fuerte, más seguro de sí mismo. Pero en el mismo monento en que el joven abría una puerta hacia su futuro, abría también una puerta hacia' un abismo.

- Un día me encontré con mis amigos en la calle. Iban a comprar pasta y me invitaron. Yo no había fumado, pero como ya peleaba y conocía más gente, me hacía el bacán, el chorito. Cuando los cabros empezaron a fumar yo también quise. Tenía 14 años. Me acuerdo que nos escondimos en una cancha y fumamos un montón. Yo estaba asus tado po, estaba corretiado, me perseguí con la weá. Después de esa vez no fumr como en tres meses, porque no habiau moneas.

Pero cuando había monedas, compra ha. A veces consumía todas las.mañanas antes de irse al colegio. A veces también fumaba antes de entrenar.

- Varias veces entrené en pasta- confiesa.

Pese a eso, su carrera siguió en ascenso. Las visitas al sicólogo se volvieron más esporádicas. La relación con sus padres mejoró. Si no fuera por la pasta, se habría dicho que se trataba de un muchacho con futuro.

Sin embargo, todo cambió de golpe. Una tarde, Ximena recibió una llamada de larga distancia, desde Carahue, cerca de Temuco. Era Rosa Alonso, la madre biológica de Moreno.

- Me dijo que quería saber de él, que sentía culpabilidad. Después de quince años, po! Yo le dije que bueno, que viniera para conocerlo. Pensé que no tenía nada de malo, que eso iba a ayudar a mi hijo- recuerda Ximena.

TE VAI A ARREPENTIR

En el encuentro con su madre, Moreno fue distante, como un boxeador que estudia a su contrincante que ya le ha hecho daño. Rosa lo abrazó y empezó a darle explicaciones. Él le dijo que no le importaba, que no era necesario. Los Toro alojaron a la mujer durante una semana y pusieron a madre e hijo en una misma pieza para que pudieran hablar tranquilos.

Lentamente las defensas de Cristián se rompieron y al quinto día, cuando ella anuncia que tiene que volver al sur, Moreno le pide que no se vaya de nuevo. Que necesita más tiempo. Pero ella debe partir, tiene otros hijos. Moreno decide entonces irse con ella.

Mi marida lloraba. Yo nunca lo había visto así, decía que cómo íbamos a permitir que nuestro hijo se fuera . Yo lo dejé no más, pa que aprendiera. Dije "allá nos va a echar de menos"- recuerda Ximena.

Como era previsible, en Carahue las cosas no resultaron. A los cuatro meses el joven boxeador llamó llorando a Alto Hospicio.- Decía que nos echaba de menos, que éramos su verdadera familia y que que ría volver- recuerda su hermana Jocelyn.

Patricio y Ximena le mandaron pasajes.

- Allá la mamá lo trató súper mal. Él nos contó que un día una hermana chica que tenía lo culpó de matar a un ganso.

La mamá le dijo "!qué hiciste, guacho culiao!" y él respondió "guacho soy, porque vo me dejaste botado, pero no culiao!" agrega Patricio.

Al regresar a Alto Hospicio, Moreno estaba cambiado, endurecido. Decide dejar los estudios e intenta botar su rabia dedicándose por completo al boxeo. La estrategia le resulta un tiempo. Gana campeonatos y experiencia. Su zurda se vuelve imparable. Su empuje llama la atención de un entrenador local, Robinson Villarroel, que empieza a guiarlo.

Para que se prepare mejor, Robinson le ofrece que se vaya a vivir con él. Robinson maneja un gimnasio y un un tugurio llamado Charly Boxing, donde las chicas atienden en colaless. La oferta es entrenamiento y casa a cambio de que el joven sea guardia del local.

Moreno pasa meses boxeando en las mañanas y sacando curados hasta la madrugada. Duerme en una furgoneta Nada puede ser más precario, pero a sus 17 años eso no le imprta mucho.

- Las cabras atienden en colaless, pero son pa mirarlas no má, y pa eso estábamos nosotros, pa cuidarlas y servir tragos en la barra- explica Moreno.

En esa época conoce a una chica y se enamoran. Pero el romance es especialmente tormentoso. Terminan y vuelven. La pasta cruza la relación.

Ximena acusa que la chica era hija de una microtraficante y que le daba droga a su hijo. Moreno admite que su "suegra" era traficante, pero que si consumía no era culpa de ella.

A mediados de 2006 su novia queda embarazada.

- Cuando me contó yo me sentí bacán. Yo quería puro tener una guagua. Me alegró la vida. La vi y yo me dije "ya no voy a hueviar más". Pero las cosas no funcionaron y vinieron todos los problemas- dice.

Moreno se mete con una cajera del Boxing. Su novia lo engaña con un amigo. El joven púgil no lo tolera.

- Le dije, "te vay a arrepentirte, conchetumadre". Me fui a su casa, pesqué un cuchillo, me corté los brazos y me pegué dos pinchazos en la guata. Después agarré un alargador y lo amarré a la viga del living de la casa, me subí al sillón y me tiré. No lo pensé mucho. La lengua se me fue pa fuera. Me acuerdo que no podía cerrar los ojos, pero no veía nada.

Afortunadamente, en la casa estaba el padrastro de su novia. El hombre entró en el living justo cuando Moreno empozaba a balancearse como un saco de arena. Logró descolgarlo y trató de hacerlo reaccionar.

-Yo lo escuchaba, pero no podía abrir los ojos. Reaccioné cuando llegó mi novia. Me paré y le di un empujón de pura rabia y me fui.

Moreno siguió entrenando. Descargando su rabia contra los sacos y sus oponentes, se fijó como meta llegar a los Panamericanos.

- En ese tiempo, nadie podía ganarme. Nadie.

AL BORDE DE UN K.O.

A las pocas semanas de su triunfal regreso de los Panamericanos, Moreno volvió a la pasta.

- De pronto empezó a salir sin decir para dónde iba. A veces no volvía en días. Después comenzaron a desaparecer cosas de la casa. Yo le cerraba la puerta del antejardín con llave para que no me saliera, pero igual se iba- dice su madre.

Los Toro tuvieron que echarlo.

- Pasaba semanas en que andaba botado, cochino, enrabiado, tratando de sacar plata de cualquier parte para fumar.

Durante un mes se dedicó a limpiar autos frente a un supermercado de la zona. Pero se aburrió.
Me puse a robar y todo lo que conseguía me lo fumaba. Este periodo ha sido el más bajo que he caído en mi vida.

La falta de dinero y la ansiedad lo llevaron a planear un robo más grande, un local de artículos electrónicos de la comuna. Comenzó a visitar el negocio para asegurarse de que no tuviera alarma. Una noche de angustia, en enero de este año, decidió atacar. No tuvo problemas para entrar. Se echó la plata al bolsillo, unos 200 mil pesos pero cuando iba a huir, algo lo detuvo.

Se me ocurrió sacar un plasma, porque yo cachaba que mi papá quería uno. En eso me demoré y cuando voy saliendo, veo como quince paisanos con fierros y una pistola.

La gente se le fue encima.

- Con el tironeo me sacaron las zapatillas y el buzo. Y me dejaron encerrado en calzoncillos esperando a que llegaran los pacos. Yo no me quería ir preso, po. Entonces, como el techo era de zinc lo desclavé y salí por ahí. Me fui por el techo de unas casas, pero me cacharon y salieron persiguiéndome, gritaban "están robando, están robando!".

Los vecinos del sector comenzaron a salir a las calles alertados por el griterío. Moreno, que corría descalzo, dio un paso en falso y cayó en un patio.

La gente le cayó encima otra vez.

- Ahí me agarraron pesado. Me pusieron unos combos y un fierrazo con un tubo del rz en la cabeza. Yo sentí como que el ojo se me caía. Traté de arrancar. De repente oí un disparo y cuando voy a apoyar el pie se me dobla. Me miré y estaba todo lleno de sangre. La bala me había traspasado la pierna. Puta que me patearon ahít Luego llegaron los pacos, me llevaron preso. Como no tenía antecedentes, me dieron el beneficio de la firma- recuerda.

En cosa de semanas Moreno se había transformado de hijo ilustre de Alto Hospicio, en un delincuente que había que linchar. Estaba tocando fondo. Estaba perdiendo por K.O. Sólo el miedo a terminar preso lo hizo reaccionar.

Comenzó a trabajar como ayudante de un mecánico, quien, además, le prestó una pieza para que no tuviera que dormir en la calle. En ese empleo dura un mes hasta que su padre le ofrece llevarlo al sur, a Carahue, para que salga del ambiente.

De verdad tenía ganas de cambiar, por eso acepté- afirma.

Camino a Carahue la familia lo acompaña a la Federación de Boxeo a recoger unos bolsos que había dejado hacía tiempo. Ve a los jóvenes entrenando, los guantes, el ring, ese mundo que ha tirado por la borda.

- Ahí nos encontramos con unos dirigentes que se alegraron al ver a mi hijo. Le dijeron, "Qué bueno que apareciste!" y le preguntaron si venía a entrenar. Cuando les contamos la historia nos ofrecieron que se quedara en Santiago a rehabilitarse y retomar su carrera- cuenta emocionado Patricio.

Hoy, Moreno lleva una semana de entrenamiento en la Federación. Aunque puede salir del recinto cada vez que quiere, ha permanecido tranquilo y alejado de la pasta base que es lo que más le importa a su familia por ahora.

Moreno sigue peleando para sacar su rabia Pero también ha descubierto que pelea mucho mejor cuando está contento.

- Cuando me siento feliz y peleo con ritmo, como que bailo, jaja. Ahí me siento libre, suelto. Y agrega "Ahora, lo que me haría de verdad feliz, sería volver con la madre de mi hija... Y llegar a los juegos Olímpicos del 2012. Me gustaría, de verdad me gustaría. Quiero estar en el boxeo otra vez y llegar a hacer algo grande".

Carla Celis
The Clinic 13 de marzo del 2008