lunes, 22 de febrero de 2010

Cuando Chile tenía boxeo...


Para el miércoles se había anunciado el remate del Teatro Monumental, pero fue aplazado por Colo Colo a fin de obtener algún día un precio real por el inmueble que constituye una página no sólo de la calle San Diego -popular, típica y bohemia- , sino de la ciudad misma. Hablamos, obviamente, del ex Caupolicán, cuya historia constituye fuente inagotable de recuerdos nostálgicos y evocaciones valederas. La postura mínima era de 800 millones de pesos. Y sus dueños, con toda razón, estiman que vale más, mucho más.
Hubiese sido penoso sellar su destino en septiembre, el mes de los circos, de las fiestas patrias y esas tradiciones que felizmente perduran en el espíritu cívico y en el fervor ciudadano. Incluso la lluvia que asoma invariablemente en la víspera dieciochera parece llorar por nuestros héroes.

El boxeo, primer actor

No hace mucho, al hablar del básquetbol femenino hundimos la tecla en aquel título del 46, que significó la primera diadema en la sucesión de coronas alcanzadas por esa expresión física en los tableros del continente. Pero no hay duda de que un recuento, por somero que sea, del ancho libro escrito bajo el techo del querido recinto, coloca al boxeo en lugar preferente y mayoritario en el archivo del pasado.
El primer combate internacional fue organizado por don Juan H. Livingstone, padre de Sergio y Mario - este último, ya fallecido- , que era, entre otras cosas, periodista, promotor y hombre de muchas iniciativas.
Se midieron el cubano René Sánchez y Antonio Fernández, que brindó una clase magistral ante la impotencia del caribeño por superar la esgrima fácil y el esquive natural de quien más tarde sería bautizado como el "Eximio". Y Fernandito fue eso. Un eximio no igualado en el arte de la defensa propia.
Hace justamente una semana, Patricio Rojas - gentil colega de vasta convivencia- ofreció una crónica espléndida a raíz de la noticia que nos preocupa. El título resumía sus inquietudes y vivencias: "La historia del boxeo, la música y la política chilena".
Su apunte artístico no pudo ser más feliz y documentado. En ese escenario Violeta Parra dio gracias a la vida... Juan Manuel Serrat estremeció porque se hace camino al andar... Palmenia Pizarro conmovió con su Cariño malo... y Raphael estremeció cuando su cara de niño andaluz dijo "Yo soy aquél...".
¿Acaso la Teletón no tuvo y vivió también episodios importantes en su cruzada solidaria anual?
Sin embargo, la tertulia retorna al boxeo y sus luces. Con títulos de toda índole y noches que identificaron por años jornadas memorables. Sí, las noches de los viernes, cuando empresarios como Simonet y De la Fuente barajaban protagonistas para esas veladas, porque sobraban aspirantes. Igual que ahora... En una palabra, cuando Chile tenía boxeo.

Homenajes, ovaciones y lágrimas

Otro rubro que cobró vivencia en la década del cincuenta y parte del sesenta - que además fueron benignas para la nación- fue el de los homenajes, aprovechando la racha olímpica de Helsinki y Melbourne, cuando Chile obtuvo seis de las nueve preseas que exhibe en la historia del medallero olímpico. La Federación de Boxeo bajo la presidencia de Renato Court condecoraba con una medalla auténtica de oro no sólo a las glorias del pugilismo. Rescato cuatro de esas breves ceremonias que despertaron la réplica inmediata de multitudes encendidas. Arturo Godoy, que jamás subió al cuadrilátero entre las cuerdas, sino saltando sobre ellas. Antonio Fernández, de terno azul, camisa blanca, recién afeitado, a tono con lo que era su estilo boxeril. Godoy, con sus manos juntas. Fernandito brazo en alto. Aplausos interminables. Como los que se prodigó a Oscar Cristi, el oficial de Carabineros que se cuadró con su uniforme en el centro del ring tras obtener dos medallas de plata en equitación. Y qué decir de Marlene Ahrens, la rubia de Melbourne, que hundió el rostro en sus manos para enjugar su llanto.

¿Hitos?

La pelea de "Cloroformo" Valenzuela y el "Flaco" Varas, dos que pegaban con un fierro. Cada golpe certero significaba la caída del rival. Así estuvieron en medio del delirio hasta que se impuso Valenzuela. ¿Cuántas veces fueron a la lona? Interminables. En otra ocasión, el mismo "Cloroformo", que era curicano, perdía irremisiblemente con un peruano de apellido Coronado. Casi abatido, tumefacto, sangrante, llegó al último round por instinto. El buen manejo del rival
- rápido, movedizo, ágil de piernas- impidió que colocara sus zarpazos, y a esa altura el silencio revelaba un deseo. Que el nuestro terminara en pie. Nada más. ¿Qué ocurrió en ese asalto final? ¿Un milagro? ¿El destino del noqueador? De pronto sacó un derechazo fulminante - eso que llaman manotazo de ahogado- y el peruanito se desplomó. Quedó por largos minutos como si lo hubiesen crucificado. Parte del público subió a levantar en hombros al autor de la proeza, mientras los carabineros protegían al púgil de color para no ser pisoteado. Ese contraste fue sencillamente patético.
Epoca de esplendor con trilogías en diversas categorías. Fernandito Carabantes y el bravo Simón Guerra. Los Loayza. Más tarde Mario Salinas, Oscar Francino y Ulloa. Hubo también un peso mediano llamado Carlos Rendich, que noqueó al argentino Pedro Cobas en faena para rabo y oreja. Lo tenía todo. Físico, estampa, bravura y pegada. ¿Qué pasó con él? Se perdió en el esbozo. Y terminó sus días en un confuso incidente por los recodos de Diez de Julio.
¿Y la noche que Raúl Astorga obtuvo el cetro continental de los gallos? No tenía pegada, pero exhibía riqueza técnica, precisión, distancia. El árbitro detuvo la lucha con el paraguayo "Kid Pascualito" y su madre subió al rincón para abrazarlo. Ni telenovela ni drama. Noche de triunfo clamoroso. Punto.
Godfrey Stevens, disciplinado, constante, un púgil de laboratorio, y Martín Vargas fueron los últimos ídolos. Dos valores para un tema aparte. Por ahora, el ex Caupolicán no se remata.


Julio Martinez P.

27 de septiembre de 2002

La Segunda